“Gilles comprendió entonces que cada novela que leyera le ayudaría a entender la vida, así mismo a los suyos, a los demás, el mundo, el pasado y presente; y cada acontecimiento de su vida le permitiría, asimismo, iluminar cada una de sus lecturas.”
Adolfo Bioy Casares creía plenamente que valía la pena leer porque los libros ocultan países e historias maravillosas que ignoramos. Que también contenían experiencias que jamás hemos vivido y que uno es indudablemente más rico después de la lectura.
¿Alguna vez se han detenido a observar la manera que encuentra cada persona de sumergirse en la historia que guarda un libro? Comienza desde el momento en que eligen entre tantos títulos el que más ha llamado su atención o bien si han escuchado de ese autor como una recomendación posible. Lo toman. Lo sostienen con sus manos. Observan su portada, sus colores, su tamaño y su textura. Lo abren y rozan con sus dedos las primeras hojas. Leen las primeras líneas. Sus ojos repasan las palabras horizontalmente. Entonces, sus gestos cambian. Son naturales y suaves. Pareciera que les cuentan un secreto. Sonríen o se asombran. Se cuestionan o se entristecen. Y ya no se encuentran ahí, están en otro lado, tal vez en el siglo pasado construyendo a base de palabras el rostro de uno de los personajes, o esperando un tren a media noche en París, incluso mojando sus pies en la playa de Barceloneta o diciendo ese adiós que los protagonistas no pudieron decir.
Siempre he considerado que somos otros al momento de leer, que la lectura es placer, conocimiento, un acto de creación constante, por ello comencé con una serie fotográfica un poco particular, con el fin de demostrar que la lectura no solo es un hábito, es vida.
¿Y ustedes quiénes son cuando leen?






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